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Trabajo de desarrollo humano de DEMAC en los CERESOS femeniles de México

Trabajo de desarrollo humano de DEMAC en los CERESOS femeniles de México

Amparo Espinosa

Ruth nació en la ciudad de México, hace 32 años.

Cumple una condena de 35 años y 9 meses en una prisión de la costa mexicana.

¿Crimen?

El asesinato de su hijo Jerónimo de 11 años de edad.

Ruth ha recibido tratamiento psicoterapéutico en la cárcel.

Simultáneamente ha contado su historia por escrito.

Hablando sobre las motivos que la llevaron a matar a su hijo, dice:

Lo maté para que dejara de sufrir.

No podía soportar verlo padecer por los golpes que nos daba mi esposo.

Por eso lo maté, para que dejara de sufrir.

El caso de Ruth no es común entre las mujeres recluidas en los centros penitenciarios de México: pocas mujeres matan a sus hijos. Sin embargo, sí resulta emblemático de las mujeres recluidas en los centros penitenciarios del país por una razón: el delito de Ruth está íntimamente vinculado a una relación sentimental que ella estableció, a partir de su carácter receptivo-dependiente, con un hombre agresivo y violento; como ocurre con la mayoría de los delitos cometidos por las mujeres recluidas en las prisiones mexicanas. Esta es al menos una conclusión preliminar del estudio realizado a partir de testimonios autobiográficos recabados a lo largo de 16 años, entre las reclusas de México.

Desde 1998 DEMAC, una asociación civil que presido, convoca cada dos años a mujeres que cumplen condena por algún delito, a escribir su historia. Cada dos años acudimos a los CERESOS femeninos del país y repartimos trípticos entre la población ahí recluida incitándola a poner su historia por escrito y enviarla a DEMAC para su publicación. Pueden escribir su historia por cuenta propia o asistiendo a talleres de escritura autobiográfica organizados por nosotras, dentro de los penales. Cada semana acudimos a los CERESOS para apoyar a las mujeres en reclusión a redactar su autobiografía. Este apoyo se da en grupos que suelen convertirse en grupos de desarrollo humano. A la fecha, 332 mujeres han escrito un texto autobiográfico bajo este programa, y 295 de estos textos han sido publicados en una colección de 18 volúmenes de literatura carcelaria de la editorial DEMAC. El texto que aquí presento se basa en un primer acercamiento al 6% de los textos que hemos publicados, elegido al azar. Voy a ilustrar la conclusión preliminar con la historia de Ruth (nombre ficticio como todos los nombres y datos circunstanciales que daré), una mujer que, como la épica Medea, mató a su hijo para que dejara de sufrir.

Una constante salta de inmediato al comenzar a revisar el material. Las mujeres en reclusión en los penales mexicanos manifiestan, en su mayoría (un 60%), una orientación de carácter receptivo-dependiente que suele llevar aparejado el establecimiento de relaciones sentimentales de corte masoquista con hombres sádicos y violentos. En casos extremos (como el de Ruth), las mujeres pasivo-dependientes que se involucran con hombres violentos llegan hasta a matar a sus hijos y a intentar suicidarse ellas con el fin de terminar con el sufrimiento que les ocasiona la violencia de la pareja. Las mujeres recluidas en las prisiones mexicanas pertenecen a diversos medios sociales aunque en su mayoría son mujeres de las capas inferiores de la escala social, provenientes de familias simbióticas y autoritarias que las absorben por completo (un caso emblemático de esta simbiosis es el de la mujer que cargó con un delito que cometió su hermano, ya que su madre le pidió que asumiera la culpa porque lo necesitaba a él en casa). Ruth, la protagonista de este relato, es representativa de esta mayoría. Las auto-reflexiones sobre su vida aquí citadas, fueron escritas por ella, a posteriori, desde la prisión en que se encuentra recluida.

Los antecedentes: sueños de adolescencia de Ruth

Ruth es una mujer de extracción humilde que nació en un pueblo de la costa mexicana. Vivió ahí durante los primeros cinco años de su vida y luego se mudó con su familia a la ciudad capital del estado. Es la tercera de una familia de tres hijas y un hermano. Su padre es un hombre autoritario que ha trabajado siempre vendiendo jugos o comida que elabora su esposa. La madre de Ruth es una mujer religiosa y sumisa que apenas sabe leer. Se ha ocupado de su familia a partir de la sumisión, la entrega y la auto-negación; no tiene otros intereses. Animada por una maestra de Primaria que vio en ella potencial, Ruth entró a la adolescencia llena de expectativas y con la ambición de superar a sus padres económica y culturalmente. Planeaba incluso cursar una carrera universitaria.

Se truncan las expectativas de Ruth

Los planes de vida de Ruth involucionan a sus 18 años cuando se embaraza de un joven de 23 años sin oficio ni beneficio, muy parecido al padre de ella. Abandona los estudios para complacerlo porque a él le molestan sus ambiciones; desafiando a sus padres, que no aprobaban una convivencia de pareja fuera del matrimonio, se va a vivir con él. Al poco tiempo se percata que este hombre le es infiel y además bebe en exceso. Cuando nace el hijo de ambos lo abandona, en un gesto de valor y decisión propio de sus años de adolescencia. A pesar de que podía arreglárselas sola, pues el haber cursado la Preparatoria la calificaba para algún trabajo medianamente remunerado, Ruth regresa a casa de sus padres. Vuelve al estatus de hija y se supedita a ellos. La joven decidida de antaño queda atrás y en su lugar aparece la mujer sumisa, identificada con la madre que se doblega al hombre. Pensó que su madre la ayudaría cuidando a su hijo mientras ella trabajaba para colaborar con los gastos de la casa y ofrecerle una buena vida a su hijo.Me sentía la dueña del mundo: joven y con estudios seguro encontraría un trabajo bien pagado, recuerdaRuth encontró pronto su trabajo bien pagado. No solo colabora con los gastos de la casa familiar sino que los cubre por completo. Su padre se queja de que sus ingresos han disminuido y a sus hermanas casadas no les va del todo bien… Ruth, la dueña del mundo, joven, con estudios y con un trabajo bien pagado, cargaba con una gran culpa y tenía una autoestima muy baja. El pequeño pueblo donde nació es una comunidad cerrada donde todavía es una vergüenza para la familia que las mujeres tengan hijos sin casarse, y las madres solteras se consideran malas. Sus hermanas habían formado hogares bien cimentados (sancionados por la ley y por la Iglesia), y ella había desafiado a sus padres yéndose a vivir con el padre de su hijo sin casarse. A sus ojos, esto la colocaba en una situación de inferioridad. Su carga emocional era enorme, por lo que asumía constantes actitudes de subordinación ante su familia para compensar sus pecados. Pronto conoce a un hombre que se interesa en ella y le propone matrimonio, acepta. Era una buena persona y la quería. Ruth sentía por él una gran atracción emocional. Pero no llenaba sus expectativas. Era estéril y en ese momento ella deseaba más que nada tener otro hijo para que acompañara al primero… A pesar de su desánimo siguió con él y cuando le propuso matrimonio, aceptó.

La culpa: se gesta la tragedia

Pero casarse con un hombre bueno que la quiere y la trata bien, no es el destino de una mujer con rasgos masoquistas. Con el argumento de que este hombre bueno le aburría, Ruth comenzó a mirar por otros lares. Pronto conoció a Juan, un hombre diez años mayor que ella, también muy parecido a su padre y al padre de su hijo. No trabajaba. Era un seductor, muy ligado a su madre y había tenido una novia que se suicidó por el maltrato que él le daba. Por este hombre Ruth olvidó que le faltaba menos de un mes para casarse y que le estaban construyendo una casa y cuando se embaraza de Juan y él le propone matrimonio…

… fue tanta mi felicidad que nada más me importaba: me quitaría el estigma de madre soltera y mi hijo tendría alguien con quien jugar, crecer y acompañarse.

Cuando los padres de Juan van a pedirla en matrimonio se hace evidente la violencia de su nueva familia. Su futuros suegros le echan en cara el ser madre soltera y la reunión termina en gritos y agresiones. Juan se hace el desentendido y no hace nada para defenderla. Ruth estaba escamada y le pidió tiempo a Juan para pensar lo de la boda. Pero bastó que él le prometiera que no vivirían con los padres de él para convencerla de que casaran en seguida. Más aún, aprovechó para pedirle que dejara su trabajo porque él iba a encargarse de ella de todo a todo, desde ese día.

Ruth niega lo que ve y esta conducta se repite una y otra vez

Demasiado pronto fue evidente que Juan no cumpliría ninguna de sus promesas. Después de la boda la llevó a vivir a una casa de solo dos cuartos, justo al lado de la casa de sus padres y que, además, no era de él sino de la esposa de su hermano. Ante el evidente disgusto de Ruth, Juan se apresuró a decirle que compraría ese terreno para tener suficiente espacio para ellos y los niños. Además le aseguró que ella no necesitaba ver a sus suegros. El peso de la culpa por ser madre soltera y el deseo de quitarse ese estigma, llevan a Ruth a negar los indicios de que se ha casado con un hombre que, de permitirlo ella, la llevará al suicidio como llevó a su novia. Por eso, ante las nuevas promesas de Juan, acepta vivir con sus suegros diciéndose que sólo es cosa de esperar y aguantar un poco; que entre los dos saldrían adelante. Pero pasa el tiempo, Juan no encuentra trabajo y su violencia y sadismo se desenmascaran.

Primero bajo la forma de violencia verbal. Gritos y descalificaciones. Insultos y palabras altisonantes… Ruth se alarma y, por segunda vez, vuelve a casa de sus padres… Juan la busca al día siguiente. Le explica que su mal humor fue provocado por la falta de dinero pero ha conseguido un trabajo y todo cambiará.

Ruth vuelve a negar lo que ve. Piensa que tal vez exageró y… regresa con él. La violencia comienza desde que entran a la casa. Cuando nace su primera hija, los golpes son ya cotidianos. Juan comienza a ver al hijo de Ruth como un estorbo. No sólo a ella sino también a él lo agrede con insultos y golpes.

Buscan a Ruth de su antiguo trabajo. Ella quiere aceptarlo pero Juan no se lo permite. La acusa de serle infiel y limita sus movimientos. La amenaza con denunciarla penalmente y quitarle a su hija si lo deja. Ruth llora. Él la golpea hasta hacerla sangrar y la hace firmar un papel donde ella le cede los derechos de custodia advirtiéndole que matará a la niña si no lo hace. Por temor, Ruth firma la carta.

Ruth está atrapada en la violencia y el desenlace fatal se perfila

El calvario de Ruth apenas comenzaba… La perversidad de Juan no tiene límites. Le cuenta el tiempo que ella sale de la casa, y el dinero que gasta. Le pesa lo que compra. La vigila. Le quita el celular. Se lleva las llaves de la casa cuando se va. Le repite que él y su familia tienen dinero y ella no:

Jugaba con mi mente, recuerda Ruth.

La golpeaba a diario con lo que fuera y también golpeaba a su hijo. Le decía que nadie la quería, porque nadie la visitaba. Ella estaba física y mentalmente deshecha.

Ruth se embaraza nuevamente. Creyó que así su esposo dejaría de maltratarla. Pero no es así. Los golpes se incrementan… Tras una paliza muy fuerte le vienen los dolores de parto antes de los ocho meses. Le suplica a Juan que la lleve al hospital. Él no quiere. Son las tres de la mañana. Ruth se va sola al hospital porque ya no aguanta. Aunque siente miedo por sus hijos que se quedan allí, no puede hacer otra cosa. A las cuatro de la mañana Ruth da a luz a su segunda hija. Juan llega a buscarla al día siguiente a las cuatro de la tarde. Los médicos le preguntan la causa de los golpes que Ruth tiene en el cuerpo. Él les dice que ella se cayó. Ruth confirma la versión de Juan por temor a que él se desquite con sus hijos si no lo hace.

Juntos regresan a casa con la nueva niña. Ruth quiere descansar. Además del parto la ligaron y no se siente bien… Entonces Juan comete un acto atroz. Se pone a beber y, ya alcoholizado, la viola frente a su hijo.

Me rompió las puntadas, recuerda Ruth. El dolor que sentí, tanto físico como moral, es indescriptible… Jamás, jamás olvidaré la mirada de terror de mi hijo…

En un impulso desesperado Ruth deja a Juan por tercera vez y por tercera vez regresa a casa de sus padres. Juan vuelve a buscarla. Vuelve a rogarle que regrese con él. Ya aprendió la lección, le dice. Extraña a su hijo y a las niñas. La extraña a ella. Les lleva regalos y le propone irse a vivir lejos. Ruth le pone como condición que deje de tomar, que pidan ayuda psicológica y      que se acerque a Dios. Le ofrece que olvidará todo si él cambia.

Me juró que lo haría, dice Ruth. Le creí. Tonta de mí. Sólo pensé en un hogar; en una familia; en mi propia familia.

Ruth enloquece: es el final

El 23 de mayo de 2009 Ruth salió de casa de sus padres y volvió con Juan por última vez… Vuelven los celos, amenazas, golpes… Su suegra se sincera con ella… Le dice que ellos son así y que debe acostumbrarse. A ella le pasó lo mismo; su hija quedó con retraso mental por un golpe de su esposo que, como Juan, es borracho, golpeador y mujeriego. Ruth se llena de pánico. Intenta salirse de la casa a la madrugada. Como si Juan hubiera adivinado que lo haría, esa noche, sin darse ella cuenta, se lleva a sus hijas y encadena la puerta por fuera. Jerónimo, su hijo, gritó cuando se enteró. Tomó un cuchillo para matar a su padrastro. Ruth le quitó el cuchillo y le pidió que se tranquilizara. Juan regresó sin las niñas para exigirles que ambos se fueran de la casa. Ruth se arrodilla suplicándole que le permita quedarse; que le devuelva a sus hijas. Sus palabras no surten efecto. Se siente derrotada. Ha perdido la batalla. Se da por vencida y aparece la locura. Ruth lo recuerda de la siguiente manera:

Le dije a Juan que dejaría la casa en la madrugada; que me permitiera quedarme unas cuantas horas a solas con mi hijo.

Cuando se fue le di de comer a Jerónimo lo que él quiso. Cantamos. Lo abracé y lo besé. Le pedí mil perdones por no haber cumplido lo prometido. Vimos su programa favorito y nos dormimos abrazados.

Pensé en terminar con mi vida, pero ¿quién cuidaría a Jerónimo? Lo besé y le dije que lo amaba y terminaría con nuestro sufrimiento.

Lo sujeté con un brazo y, con mi mano, le quité la respiración tapándole la nariz y la boca. Se convulsionó y luego se quedó quieto. Lo besé nuevamente. Me colgué de un polín para morir, pero la cuerda se rompió.

Tomé un espray y quemé lo que había a mi paso para quemarme yo.

Los vecinos comenzaron a llegar y apagaron el fuego…

Juan entró. Tomé un cuchillo para herirlo, para destazarlo. No lo alcancé. Entré al baño para cortar la instalación eléctrica y electrocutarme. Bajaron el interruptor. Con el cuchillo me corté el cuello. Llegaron las patrullas y me trajeron al penal…

La angustia: post delito de Ruth y el rescate de su historia

El ingreso de Ruth a prisión fue la última estación de su largo calvario. Cuando llegó, ella pedía que la mataran; que aquel custodio que en un momento la encañonó, le disparara de verdad… Alguien le dijo que si sus familiares no llegaban, su hijo iría a la fosa común. Recuerda que su mente estaba en blanco; que pasaron helicópteros gritándole maldiciones; que llegaron sus padres y su hermano y sintió tanta vergüenza, tanto dolor, que le pidió que se marcharan y no regresaran, que no subiera su madre… Pero su madre sí subió.

Le dije que me diera la bendición, que enterrara a mi hijo y que nunca más volviera.

Al saber que habían partido, me desmoroné. Comencé a llorar, a gritar, maldiciendo cada centímetro de mi ser. Quería arrancarme cada pedazo de carne adherida a mis huesos, deshacer mi cabeza en el muro; me maldecía una y mil veces por no haber acabado con aquel hombre en vez de dañar a mi hijo; por haber amado a alguien que nunca valió la pena.

Las cosas fueron mejorando poco a poco… Algunos custodios se compadecen de ella.

No vieron maldad en mí, sino la tragedia que era mi vida, recuerda…

Ella recibe el apoyo de una psicóloga y de una doctora. Responde a la convocatoria de DEMAC y cuenta su historia por escrito. Ahora entiende que estará en prisión muchos años y que tiene dos opciones: caer y dejarse aplastar o levantarse y seguir adelante. Toma la segunda.

El primer paso fue aceptar mis culpas y las consecuencias de mis actos. Ahora sé que solamente yo tuve la culpa por permitir el dominio mental de alguien insignificante. Esto me ha hecho libre del alma y de la mente.

Ahora busco a Dios para que me dé su perdón. Creo que lo ha hecho, pues la tranquilidad que tengo es tan grande que me permite distinguir lo bueno de lo malo.

Si Dios me presta vida, sea el tiempo que sea, buscaré a mis hijas dondequiera que estén, y también buscaré el lugar donde está mi hijo para llorarlo y tener la tranquilidad que aún me falta y mi alma espera.

Cuento mi historia para que sepan que todos nos podemos levantar…

Consideraciones adicionales y algo más

El alivio de Ruth puede estar asociado a su castigo. Parecería que la culpa no sólo provoca auto-aniquilación sino que también promueve el crimen en aras de obtener, con su castigo, el apaciguamiento. (Podría también pensarse que Ruth padeció el síndrome de Estocolmo, que queda atrapada con su torturador y en vez de defenderse, se auto-agrede y mata a su hijo).

La escritura fue un aspecto medular para que Ruth comenzara a recuperarse. Al rescatar su historia por escrito, Ruth pudo darle sentido a lo que vivió. Pudo empezar a expresar sus sentimientos. Narrar su experiencia. Poner sus pensamientos en orden. Comenzar a superar el trauma. Desbloquearse emocionalmente y sobrellevar la pérdida de su hijo y de su familia. Pensar en el futuro y en volver a ver a sus hijas…

La delincuencia femenina ha sido poco estudiada. A las mujeres delincuentes se les ha considerado tradicionalmente débiles mentales o seres diabólicos, perversos, inmorales e incluso poseídos por fuerzas demoníacas, que deben ser mantenidos al margen. Fue hasta el siglo XIX que la mujer delincuente comenzó a ser tomada en cuenta por investigadores y criminólogos. A pesar de estar prejuiciadas por su época, algunas de las hipótesis de estos primeros estudiosos continúan utilizándose como explicación de conductas delictivas de las mujeres, e incluso para explicar sanciones diferenciales respecto a los hombres y justificar la conveniencia de retornarlas a ellas al estatus único de esposa y madre.

Sin embargo otros enfoques han comenzado a surgir. Estudios de corte humanista feminista, que entienden la violencia femenina a partir de las estructuras sexuales de poder y de la violencia vigentes (como el que llevamos a cabo), han comenzado a cobrar fuerza. La posibilidad de que las mujeres delincuentes reciban apoyo psicoterapéutico en prisión, cuenten ellas mismas su historia por escrito y que esta sea tomada en cuenta, significa iluminar el hasta ahora oscuro universo de la delincuencia   femenina. Significa, además, que las hipótesis prejuiciadas acerca de esta lacra social comiencen a resquebrajarse. Esto propiciará una mejor comprensión de las relaciones de poder hombre-mujer y de la violencia que con frecuencia conllevan ¾aunque el desenlace no llegue a ser un delito; favorecerá asimismo la implementación oportuna de acciones tendientes a erradicarla. No podemos dejar de lamentar que Ruth no haya tenido el apoyo terapéutico y la posibilidad de contar su historia por escrito desde que comenzaron sus relaciones sentimentales violentas, y que haya sido hasta que llegó a prisión, tras haber asesinado a su hijo, que recibió los apoyos que la           empoderarían y comenzarían a liberar su alma.

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