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La Psicoterapia Humanista Corporal y la Dimensión Espiritual: el camino a una integración real

La Psicoterapia Humanista Corporal y la Dimensión Espiritual: el camino a una integración real

Marilenca Bailey

“Estoy convencido de que el universo está bajo el control de un propósito amoroso: debajo de la apariencia dura del mundo, existe un poder benigno”.

                 Martin Luther King

“El alma es una chispa de la sustancia estelar.”

Heráclito.

“Es cierto que yo, a saber, mi alma por la cual soy

lo que soy, es entera y verdaderamente distinta

de mi cuerpo, sin el cual puede ser y existir.”

Descartes.

La relación existente entre la psicoterapia humanista y la dimensión espiritual es muy antigua y a veces no muy clara. Algunos autores ven la necesidad de poner un límite entre ellas diferenciándolas como si pertenecieran a ámbitos separados y no fueran parte de lo mismo. Otros autores ven una directa relación natural entre ellas como aspectos que constituyen el todo de la visión humanista.

Los valores básicos en la filosofía, en la psicoterapia y la educación humanistas afirman desde hace mucho que todos los seres humanos contamos con una sabiduría organísmica inherente a nosotros: es una luz interior con la que venimos originalmente. El humanismo nos concibe a todos los seres humanos originalmente iguales por naturaleza. Todos tenemos esta luz original, independientemente de lo que hagamos o no con ella. Todo sufrimiento y neurosis, cubre esta luz. En la psicoterapia y la educación humanistas pretendemos desde luego respetar y subrayar la sabiduría interna de las personas, desde la cual estas saben mejor que nadie qué es lo mejor para ellas y sus circunstancias. Pretendemos facilitar de la mejor manera el acceso a dicha sabiduría, muchas veces cubierta de olvido, de dolor y miedo o de la mala herencia de la ignorancia, que después se vuelve costumbre y que nos hace perder la curiosidad por nosotros mismos. Intentamos de alguna manera, apoyar a la gente para que reconecte con su verdadero Ser, ya que sabemos que solo desde ahí realmente se crece y se aprende. Esta sabiduría básica o tendencia formativa y actualizante que somos, nos lleva a desarrollar al máximo nuestras capacidades o potencialidades, no solo para sobrevivir o atender nuestras necesidades básicas, sino que nos lleva a buscar crecimiento, a desarrollar nuestra espiritualidad o a satisfacer nuestra necesidad de trascendencia como lo refiere A. Maslow (1998), quien reconoce que esta parte espiritual o valorativa es también parte de nuestra biología. Me parece acertado afirmar que la búsqueda por satisfacer estas “meta-necesidades” espirituales es paralela y no posterior a la búsqueda de satisfacción de nuestras necesidades básicas. De hecho, creo que el humanismo actual intenta aliarse con esta luz para con ella limpiar todas las pautas de detenimiento, patologías, problemas de aprendizaje, neurosis o problemas en la vida del sujeto y su sociedad. Sabemos que, en la medida en que el sujeto esté en contacto con su espiritualidad, su luz, tiene más posibilidades de ser feliz y sano. Lo que nos enferma en cualquier sentido tiene que ver con algún nivel de desconexión con esta sabiduría innata. Sabemos que crecer tiene que ver con esta luz que ilumina desde dentro hacia fuera, no solo con luces que nos iluminan desde fuera. La voluntad para crecer es fundamental en el desarrollo de nuestra consciencia. Es en un “cambio de luces” en donde la consciencia se incrementa en un proceso de psicoterapia y/o de enseñanza. Nadie puede ser “sanado” o “enseñado” desde fuera si no participa y construye su crecimiento y aprendizaje de manera responsable. La libertad es un factor decisivo. La voluntad es indispensable.

En la actualidad sabemos que la necesidad de desarrollo espiritual va mucho más allá de las religiones y las abarca a todas en sus fundamentos básicos. Es un hecho que necesitamos trascender, vincularnos con “algo más”, algo que nos preceda y anteceda. Como afirma Bugental (1976), la trascendencia es el objetivo de la realización propia del Ser. Desde la visión holística del humanismo actual, deberíamos incluir todos los aspectos de la persona: físicos, emocionales, mentales, energéticos, sexuales, sociales, familiares, ecológicos etc. y desde luego los espirituales. Un humanismo real, verdaderamente holístico, no puede excluir ningún aspecto, sino que incluye y respeta a esa totalidad compleja que somos.

 

¿Qué es el holismo que nos define realmente?

El término holismo proviene del inglés whole ¾todo, suma, completo¾ y es aparentemente una derivación de wholism, que significa algo así como ‘que tiene que ver con todo’. Sin embargo, como holy significa en ese mismo idioma ‘santo, sagrado, bendito, divino’ la palabra en realidad esconde un doble significado: una traducción quizás mas apropiada podría ser: ‘lo divino que tiene que ver con todo’. El origen del término no es reciente; se le atribuye a Smuts (1970), quien hace 80 años escribió en su libro Holismo y Evolución:

“…la creación de ‘todos o totalidades’, y aún mas altamente organizados ‘todos’ y de la ‘totalidad general’ como característica de la existencia, es un carácter inherente del universo… Y el progresivo desarrollo de los ‘todos’ resultantes en todas las etapas ¾desde las más imperfectas, inorgánicas, hasta las más altamente desarrolladas¾ es lo que llamamos Evolución.  La tendencia a la construcción del todo, o el Holismo, operando en y a través de los todos particulares, se observa en todas las etapas de la existencia, y no está de ninguna manera confinado al dominio biológico donde la ciencia lo ha restringido hasta el momento”.                                                                                                                            

La anterior no es la única interpretación que existe del holismo. Segúnotros, una forma más compacta de definirlo sería expresando que “el todo esmás que la suma de sus partes”; lo que en cierta forma no deja de ser una verdad: una bicicleta es más que la suma de sus ruedas, tornillos y cadenas; si las partes no se acoplan debidamente la bicicleta no se podrá montar. La interconexión de las piezas es lo que permite hacerlo, creando una nueva cualidad. Y lo mismo sucede con cualquier otra cosa. Un libro no es más que papel, tinta, más las ideas del autor ordenadas adecuadamente. Por separado, desde luego que no son un libro. La consciencia de que la suma de las partes que me componen es más que sus partes, es un principio de consciencia espiritual. Sin embargo, esta noción perfectamente racional se utiliza a menudo para tratar de desvirtuar los puntos cardinales que han guiado a la ciencia desde sus mismos inicios. Al insistir en que las cosas hay que verlas siempre “como un todo”, sin ofrecer la metodología de cómo hacerlo, se niega la forma usual del avance del conocimiento: de lo simple a lo complejo, de lo particular a lo general, etc. ¿Cómo es posible llegar a conocer el ‘todo’ sin conocer previamente las partes que lo componen?

El holismo también intenta insertarse en la pedagogía como un enfoque novedoso, pero que en realidad se basa en criterios archiconocidos, sin mucha diferencia de lo que conocemos como educación integral.  Refiere Ramón Gallegos (2007):

La educación holista es un proceso integral para reestructurar la educación en todos sus aspectos. …se ha desarrollado a partir de las ciencias de la complejidad… supera la visión reduccionista cognoscivista, considerando al ser humano en su totalidad, y trabaja en seis dimensiones: emocional, social, cognitiva, estética, corporal y espiritual. Los principios holísticos de interdependencia, diversidad, totalidad, flujo, cambio, unidad, sustentabilidad, etc. están en la base del nuevo paradigma educativo con el objetivo de una formación integral del ser humano…

En esta definición sí se nombra a la dimensión espiritual. Lo que no queda claro es qué hay realmente de novedoso en lo anterior, excepto la palabra holística, puesto que el resto de los conceptos son harto bien conocidos y utilizados en la práctica por cualquier educador: los aforismos mente sana en cuerpo sano (unión de cuerpo y mente, totalidad), una mano lava la otra y las dos lavan la cara (interdependencia), en la unión está la fuerza (unidad), no es posible cruzar dos veces el mismo río (flujo, cambio), no le regales un pez, enséñalo a pescar (sustentabilidad) y muchos otros más, son resúmenes del saber popular conocidos desde tiempos inmemoriales, que de novedoso nada tienen. Además, están presentados de una forma mucho más simple y educativa que las ‘verdades’ holistas.

El holismo intenta captar y comprender la realidad como un todo único. La discusión materialismo-espiritualismo (así como la discusión biologismo-psicologismo) deja de tener sentido.

Creo que si el holismo es un valor-concepto sustancial para la filosofía humanista que compartimos, debemos entender a fondo qué es esta visión y como materializarla. Todos sabemos que el holismo es la visión-valor de incorporar todos los aspectos del individuo en una sola visión: una sola mirada. Sin embargo el holismo no es solo la suma de los aspectos arriba mencionados. Una visión holística es cualitativamente otra cosa, otra idea de lo que estamos haciendo y trabajando, otro “para qué” y otro “desde dónde”. Ya decía Aristóteles (1950) que “el todo es mayor que las partes” al referirse al holismo en la metafísica. Smuts (1926) dice que holismo es: «la tendencia en la naturaleza y a través de la evolución creadora, a constituir sistemas (conjuntos) que en muchos aspectos son superiores y más complejos que la suma de sus partes». El holismo por tanto se define e intenta explicar las partes y sus funcionamientos a partir del todo. De esta manera, el pensamiento holístico se encuentra en oposición al pensamiento individualista que tiende a explicar la globalidad (el todo) a partir de sus partes, y es opuesto también al reduccionismo que nos explica solo a partir de algunas partes, como lo intenta hacer la medicina tradicional o la psicoterapia y educación no humanistas. El Dalai Lama (2001) refiere que la educación holística debería tener valores internos, y no tan materialistas y competitivos.

¿Que es un psicoterapeuta, médico o maestro holístico? Si el ser humano nace con un conocimiento intuitivo y sensorial (inmediato) de sus necesidades organísmicas, el acompañamiento y enseñanza holista, además de incluir dichas habilidades, ¿que más hace? Creo que tiene que ver con una conceptualización y una experiencia del que acompaña o enseña, de haber sentido-percibido-imaginado al gran Holos, al gran todo. Creo que tiene que ver con la experiencia espiritual y profunda de sentir que pertenecemos a ese gran Todo que nos precede y que se percibe y experimenta de manera personal en cada quien, y que algunas religiones tratan de sintetizar. Si nuestra visión y mundo interno como médicos, maestros, enfermeros, y psicoterapeutas humanistas es limitada y nos sentimos separados permanentemente del “afuera” y de los demás, el holismo quizá se queda en concepto aspiracional y no en una experiencia desde la cual podemos salir a acompañar al otro, sabiendo que él también pertenece al gran Todo o macrocosmos, y que tiene algunas limitaciones para percibirlo así, como nosotros. La visión holista de cualquier tratamiento y enseñanza tendría que acompañar a las personas a redescubrir el camino a casa, a ver por qué estamos sintiéndonos a veces separados y solos, muchas veces por miedo, por ignorancia. Muchas veces solo vemos las ganancias secundarias de dicha separación. Ya decía Carlos Fuentes que el caos es singular. Creo que evolucionar, sanar y aprender a mejorar la calidad de vida tiene que ver con la reconexión del mundo intrapsíquico, con el mundo social; tiene que ver con sentirnos parte del Mundo Grande: parte de Dios. Tiene que ver con la imagen y semejanza. La calidad de vida se rompe muchas veces con la enfermedad que, según Dytchwald (1981) es la separación crónica del Todo en última instancia: el aislamiento.

La visión holista se interesa por la calidad de vida que incluye aspectos de techo, alimentación, educación, afecto, etc. pero sabemos que también incorpora un aspecto de gozo y de vitalidad, que es más que tener la suma de todas las necesidades básicas de Maslow (1987) cubiertas. Sabemos que es algo más complejo y personal que el simplemente “come frutas y verduras”. Es más que la ausencia de carencia o enfermedad. Es más que el buen manejo del stress. Es tener una fe o gozo por lo que sucede en la vida personal y colectiva. La calidad de vida es un tipo de dignidad y contento. No es un ser o sentir estático, sino que va variando a medida que varían las necesidades y la consciencia de las personas. Sabemos que la calidad de vida, muchas veces frágil, tiene que ver también con un sentido de propósito y de sentido ético o valorativo, mencionado por Frankl (1991). Incluye un sentido del “bienestar” del que habla Fromm (1980). Vivimos en una sociedad que vende y confunde la idea de calidad de vida con nivel de vida económico, y tenemos que entender por fin que lo económico es solamente un aspecto de este complejo entramado que es la calidad de vida. La sociedad de consumo nos vende que estos conceptos son sinónimos, pero como todo lo que nos vende, solo nos lo vende si lo compramos.

El interés por la calidad de vida tiene sus orígenes en los años 60 cuando se empieza a hablar, en Occidente, del estado del bienestar en términos subjetivos de satisfacción con la vida y centrado en la persona. Desde entonces mucho hemos aprendido y la preocupación por este tema abarca discursos, planes educativos, planes nutricionales, planteamientos económicos, medioambientales, etc., en todo el mundo. Sin embargo la mayor parte de estas visiones dejan de lado al sentir, y al espíritu humano con su creatividad y resiliencia. Es decir, se tiende a hablar de “calidad de vida” sin una visión verdaderamente holística. No podemos considerar sana o buena calidad de vida solo a la que cumple con ciertos lineamientos de salud y educación pública y psicológica en el mejor de los casos, sino que la calidad de una vida tiene que ver con la interrelación entre satisfactores. Casi siempre no es considerado el aspecto espiritual, ya que es difícil de definir.

Schalock y Verdugo (2013) consideran que, para evaluar la calidad de vida

de una persona, debemos poder medir los siguientes temas:

  1. Bienestar emocional.
  2. Definición: sentirse tranquilo, seguro, sin nervios.
  3. Indicadores: satisfacción, autoconcepto, ausencia de estrés o sentimientos negativos.
  4. Relaciones interpersonales
  5. Definición: relacionarse con personas diferentes, tener amistades y buenas relaciones con la gente.
  6. Indicadores: interacciones, relaciones, soportes.
  7. Bienestar material
  8. Definición: tener suficiente dinero para comprar lo que se requiere o se quiere tener, disponer de una vivienda y de un puesto de trabajo adecuado.
  9. Indicadores: estatus económico, trabajo, vivienda.
  10. Desarrollo personal
  11. Definición: posibilidad de aprender cosas diferentes, tener conocimientos y realizarse personalmente.
  12. Indicadores: educación, competencia personal, ejecución.
  13. Bienestar físico
  14. Definición: tener buena salud, sentirse en buena forma física, tener hábitos saludables de alimentación.
  15. Indicadores: salud, actividades de la vida diaria, atención sanitaria, ocio.
  16. Autodeterminación
  17. Definición: poder decidir por uno mismo y tener oportunidad de escoger las cosas que uno quiere ya sea en la vida, en el trabajo, en el tiempo libre, el lugar de residencia y las personas con las que está.

b.Indicadores: autonomía/control personal, metas/valores personales, elecciones.

  1. Inclusión social
  2. Definición: sentirse miembro de la sociedad, sentirse integrado, contar con el soporte de otras personas. Ir a lugares de la ciudad, barrio, etc., donde van otras personas y participar en sus actividades como una persona más.
  3. Indicadores: integración y participación en la comunidad, roles comunitarios, soportes sociales.
  4. Derechos
  5. Definición: ser considerado igual que el resto de personas, con el mismo trato; que respeten la propia manera de ser, las opiniones, deseos, intimidad y derechos.
  6. Indicadores: derechos humanos, derechos legales.

Cada uno de estos temas que conforman la calidad de vida de una persona tendrían que definirse, y se necesitarían indicadores o medidores de referencia para ver qué tanto están siendo satisfechos.

Es fundamental entender que la calidad de vida tiene que ver con el valor e interrelación que cada persona y/o grupo le otorga a cada uno de los temas mencionados arriba 11. Llama la atención que la espiritualidad no se menciona, ya que es un factor que hace que la relación entre estos componentes, varíe mucho. Es decir, el modo en que alguien percibe su calidad de vida tiene mucho que ver con su actitud y con su vida espiritual. Es fundamental que podamos incluir lo que Ramón Gallegos (2006) llama inteligencia espiritual, es decir, la capacidad de ser feliz a pesar de las circunstancias o teniendo el valor y la creatividad para cambiarlas. En este sentido es la inteligencia espiritual la que nos da la libertad para no ser manejados o a veces aplastados por las circunstancias, sino poder elegir la actitud con la que viviremos ciertas circunstancias.

Queda ante nosotros una tarea enorme de definir, compartir, enseñar, pero sobre todo experienciar qué es el acompañamiento y la enseñanza holísticos que fomentan la calidad de vida en las personas, y las responsabiliza para lograrla y sostenerla, empezando como siempre y para no perder la costumbre, con nosotros mismos.

En la psicología y la psiquiatría actuales, como en las demás áreas del conocimiento humano, la necesidad de espiritualidad es muy real, pero esa necesidad se calla y reprime o se pospone con mucha facilidad. En el DSM-V (2013) aparece una catalogación diagnóstica de “problemas religiosos y espirituales”, lo cual nos habla de que el “status quo” tradicionalista ya está asumiendo estos temas aunque sea para su diagnóstico; ya no están arrumbados en el desván de lo sobrenatural al que se refiere Brennan (1988), sino que toman su lugar como parte de la neurosis común: de nuestra vida cotidiana.

Desde tiempos remotos son temidos los brujos, sacerdotes y curanderos, porque despiertan la consciencia espiritual y la capacidad sanadora en las personas. Este despertar sería terrible para las sociedades del miedo, ya que las personas podrían ser mas libres y felices. En la psicoterapia humanista seria, se respeta profundamente a los sacerdotes, gurús, maestros espirituales o chamanes y no se pretende sustituirlos, porque sabemos que todos los caminos van y vienen de Roma. Lo que no se puede hacer, sin embargo, es negar que la mayor parte de pacientes y alumnos están buscando su camino espiritual cada vez con más frecuencia y hablan de ello en clase y en sesiones grupales e individuales. La insatisfacción con la situación planetaria general de inseguridad, la promoción de la competencia desmedida entre todos y por todo, la guerra del miedo, la sobre-politización de la vida, la acumulación per se, y el auto-olvido de lo sagrado ¾por ejemplo del planeta y su salud¾, dejan cada vez más ciudadanos insatisfechos, confundidos y dispuestos a transformar su realidad. Estamos con una urgencia de co-crear una realidad más sensata y vivible. No podemos dejar de ver que en los consultorios y salones de clase, al promoverse la consciencia, realmente también se promueve la consciencia colectiva. Intentamos promover la autorresponsabilización y que las personas puedan estar en contacto con su poder real ni menospreciado ni inflado: sino tomar el poder respetando y reconociendo el de los demás. A estas alturas ya sería el colmo decirle a alguien qué es lo que debería hacer o ser desde un punto de vista del establishment terapéutico o educativo”. Este poder nos devuelve la visión de que somos seres con poder para co-crear nuestras realidades personales y sociales. Nos devuelve la consciencia de Unidad. En la medida en que las personas retoman su responsabilidad, su poder, actúan, ya que no le proyectan tanto poder al miedo y a la duda, a la incertidumbre y a la victimización, a la inevitabilidad de la guerra “de otros”. El humanismo, entonces, no pretende “resolver” o aconsejar con respecto a ningún tema, y menos al espiritual, pero ofrece empatía y respeto para que las personas se autodescubran también en ese aspecto, como lo harían en el aspecto sexual, familiar o cualquier otro. La inquietud y compromiso de educadores y psicoterapeutas humanistas es ayudar a que las personas vivan, toquen, experimenten y comprendan su dimensión espiritual para poder vivir la vida desde adentro y con gozo.

La búsqueda de sentido y de espiritualidad, según Víktor Frankl (2002), proviene mucho del contacto con la carencia, con el dolor y con el sufrimiento. Es por eso, afirma, que “lo espiritual” es muy parecido a “lo instintual”. Según Rollo May (1969), es el Amor (o su búsqueda) lo que nos sostiene, lo que nos empuja hacia una nueva dimensión de la conciencia, ya que esta está originalmente basada en la experiencia del plural, del nosotros, del origen. Entonces sería imposible esperar que estos temas no sean tocados en psicoterapia o clase y confinarlos a “otros especialistas”. De esto también hablamos los pacientes, terapeutas, maestros y alumnos, ya que somos humanos.

El terapeuta y maestro humanista integral (o el humanista que toma en cuenta “la dimensión espiritual” y empatiza con ella) se convierte en lo que Ken Wilber (2000) plantea como un “científico contemplativo”, que ya conoce ciertas ciencias empíricas y fenomenológicas y continúa ofreciendo su presencia: siempre ofrece el poder innegable de la paciencia y de la sostenida presencia amorosa como ingrediente fundamental en la ampliación de la consciencia. La ciencia actual, cada vez más cerca del humanismo, de la espiritualidad, del misticismo, habla de la “resonancia mórfica”, de la “resonancia o tendencia armónica”, de la globalización, de un sentido de pertenencia en toda vida y en toda especie, a un Todo más grande. Este es el “orden implicado” al que refiere David Bohm, y que (1990) nos precede; que nos une y hermana. Es en este Orden (con mayúscula) en el que anhelamos vivir, no en un orden rígido y externo. No es una globalización masificadora y deshumanizante que no respeta las diferencias en la que queremos participar, sino de la posibilidad de globalizar la intención de resonar armónicamente con el amor, el respeto, la aceptación, la empatía, el trabajo y el desarrollo humano. La posibilidad de resonar verdaderamente con la sabiduría organísmica colectiva, que incluye a las sabidurías individuales, es la real posibilidad de resonar con el desarrollo espiritual.

El humanismo actual ya no está preocupado por incluir o no a la espiritualidad en sus dominios aprobatorios, sino que la asume como válida desde una experiencia propia e individualizada. El humanismo actual es incluyente de las inseparables existencia y esencia. Las experiencias personales de totalidad y de Unidad, que son reunidas en “lo espiritual” según Jung (2002), no tienen por qué ser excluyentes. Ya no se intenta co-participar de dicotomías dualistas que solo sirven para alejarnos del propósito común: de incrementar nuestra consciencia y crecer. En esta unión, el humanismo asume su responsabilidad por esa resonancia colectiva: se ve a sí mismo como parte del todo, valorando, cultivando y enriqueciendo las similitudes y las diferencias. Hay un mayor sentido de realidad en esta responsabilidad que se asume profundamente a sí misma, pero no se fanatiza de su individuación y puede pluralizar y moverse en el tiempo-espacio. La pregunta es cómo pueden las actitudes básicas humanistas transformarse en verbo y sustantivo. La actitud o disposición empática, por ejemplo, encuentra su base en una intención transpersonal (que nos reconecta con el todo), desde la cual estas actitudes pueden ser comunicadas con mucha más congruencia, profundidad y seguridad, sin negar su origen. Estamos siendo invitados por las ciencias exactas a asumir que la intención colectiva, de la que Fromm hablaba al referirse al inconsciente colectivo espiritual (1980), es poderosa, es útil y ha sido muy poco usada, desperdiciada.

Después de haber recuperado un poco de nuestro poder para ejercer el libre albedrío, con la primera persona del singular; después de tomar nuestro lugar, podemos incluirnos y co-crear en plural sin perder la identidad, sin traición. Somos singulares y plurales al mismo tiempo: estamos ya en un paradigma donde concordamos con lo universal y lo individual simultáneamente, intentando fluir, sabiendo que la oposición y la resistencia nos detienen y que la reflexión es parte del flujo.

La dimensión espiritual es la parte más personal e íntima que tiene el ser humano. Por lo mismo, esta ha sido también presa de la superficialización y comercialización de nuestra sociedad, donde casi todo se vende y/o se compra. Defender la libertad espiritual va mas allá de defender la libertad de credo: es defender el mismísimo origen de lo que somos y podemos ser potencialmente; es defender lo mucho o poco que de sagrado tenemos. La dimensión espiritual se defiende y desarrolla solamente a través de la vivencia de la misma. O es experiencia o no es.

En el Instituto Humanista de Psicoterapia Corporal INTEGRA que dirijo, trabajamos para transmitir y vivenciar estos valores, intenciones y actitudes a través de nuestra mejor herramienta para estar en el presente: el cuerpo. En el cuerpo físico están, a nivel de memoria celular, todos nuestros días, nuestras vivencias, dolores, amores, pérdidas y recuerdos. En el cuerpo está el acceso a todo lo que somos. Para traspasar el nivel puramente racional o material y entrar en lo profundo del alma y el corazón humanos, a su luz y su oscuridad, es decir, para hacer una psicoterapia y enseñanza profundas y significativas, el gran vehículo es el cuerpo.

En este tipo de trabajo psicocorporal humanista y en su enseñanza, promovemos un contacto corporal empático, suave, amoroso y profundo: no promovemos el empujar ni jalar, sino la contención terapéutica amorosa, el sostener al otro acompañando lo que hay y pudiéndolo confrontar desde ahí, si es necesario. No promovemos la violencia como herramienta terapéutica, ya que no lo es. Sabemos que para sanar, crecer, trascender, ampliar la conciencia, o disminuir las pautas de detenimiento y aprender, lo que cuenta es lo auténtico de la empatía, de la aceptación, de la posibilidad real y experiencial del amor incondicional.

El cuerpo es el mejor vehículo para hacernos conscientes de nuestra necesidad de trascendencia; del carácter, de la luz, las trampas y sombras, de las tensiones, de los modos de relación y de la profundidad donde reside nuestra capacidad de auto-regulación y de aprendizaje. Tenemos el cuerpo como clave de acceso a la dimensión espiritualidad humana, para adentrarnos al misterio de la vida: por eso es tan importante: nos hace más eficiente y veraz el camino. El concepto de potencial humano se actualiza reincorporándole al cuerpo y al espíritu, a través de una visión evolutiva actual, incluyente y unitaria del Universo.

Mi maestro John C. Pierrakos (2005) fue el primer psicoterapeuta corporal en introducir formalmente la dimensión espiritual al trabajo psicocorporal como ingrediente sustancial para el desarrollo y disolución de la neurosis, así como en su trabajo directo en los campos de la enseñanza que él impartía. Tradiciones chamanicas y de sanación antiguas ya lo hacían desde hace mucho, pero no en la psicoterapia formal. De esta manera se abre la posibilidad de trabajar con el cuerpo con herramientas mas profundas, con la intención de hacer trabajos y enseñanzas trascendentales, que toquen “el alma misma” o el core de las personas, en vez de únicamente hacer intervenciones correctivas guiadas hacia la adaptación y no hacia la trascendencia.

La psicoterapia humanista que atiende la dimensión espiritual, pretende trabajar, entender y adentrarse en los diferentes niveles de consciencia que tiene el ser humano, para facilitar su crecimiento, es decir, su “darse cuenta”.

En términos de Cortright, (1997), quizá las preguntas más fundamentales en psicología, tienen que ver con la relación que existe entre lo transpersonal y lo personal. ¿Cuál es la relación entre el self o el ego y el espíritu? ¿Cómo es la naturaleza de dicha relación?”

En entrevista personal con la Maestra Ana María González (2012), al hablar de Rogers, refiere:

“En cierta forma, sin embargo ya para morir Rogers casi unos dos años antes de su muerte ya nos empezó a hablar de espiritualidad. Muy específicamente cuando murió Helen, su mujer, él tuvo una experiencia fuerte. Cuando murió ella, como una intuición de que había algo más, en fin y como que retomó la parte espiritual. Sin hablar de una parte espiritual, hablaba de una visión cósmica. Estaríamos hablando de un ser humano con tres dimensiones: biológica, psicológica y social. El que crece y funciona plenamente es aquél que tiene cubiertas sus necesidades y que se relaciona. Cuando entra el aspecto espiritual entra con la psicología transpersonal diciendo: no hay una dimensión más que se llama dimensión espiritual o trascendente y entonces hace una aclaración muy padre, que a mí me gusta porque dice la espiritualidad en este contexto no la vamos a entender dentro de una religión, una o varias religiones, una o varias iglesias más que religiones, entonces dice es única y exclusivamente la capacidad que todo ser humano, independientemente de sus diferencias individuales, tiene hacia la trascendencia. Entonces ya se habla de una naturaleza humana bio-psico-social, espiritual o trascendente.”

Con esa concepción, continúa la maestra Ana María González (2012), diciendo: “Queda para mí más claro que la espiritualidad se va a ir dando, no necesariamente para que se vayan a colgar a una religión, sino simple y sencillamente para que se sientan parte de una naturaleza humana.”

El maestro Lafarga (2013) nos dice en su último libro:

“La mayoría de los especialistas en espiritualidad coinciden en que a mayor expansión de la consciencia, es decir, a mayor amplitud, tensión y armonía en el conocimiento de uno mismo y del mundo, mayor desarrollo de la espiritualidad, niveles más altos de salud general y experiencias progresivas de satisfacción que pueden llegar a generar estados místicos. También podría decirse que a mayor expansión de la consciencia de uno mismo y de los demás, se genera una mayor claridad en las preguntas y en las respuestas” (Lafarga, 2013). “¿Qué es la espiritualidad?, continúa, “mi hipótesis es que la espiritualidad es el sistema de creencias de una persona, de un grupo, de una cultura y de una sociedad. Es el sustrato incuestionable no sólo del comportamiento humano, sino también de la misma ciencia y de la filosofía. Está en la motivación última de cualquier forma de actividad humana, constituida por significados, intuiciones, sentimientos, aprendizajes y razonamientos, y es difícilmente variable y modificable.

Tanto la psicoterapia humanista, como las diferentes escuelas que profundizan la dimensión espiritual del ser humano, se interesan en provocar cambios en la ampliación de la consciencia. A ambos les interesan las diferentes respuestas a las preguntas más básicas de la existencia como: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿cuál es el sentido de mi vida? Desde luego la aproximación que ambos tienen hacia estas preguntas, es muy diferente. Sin embargo, el interés por acompañar a la persona hacia su crecimiento, autorrealización, salud y expansión, es muy grande. Posiblemente la psicoterapia intenta separar al ser humano en partes para entender más detalladamente cada una, a veces lastimando la complejidad y sencillez simultánea que tiene la persona entera. En la dimensión espiritual se trata de reunir a la persona con su entenderse como parte de una gran unidad la mayor parte de las veces incomprensible e inasible. Posiblemente a la psicoterapia humanista le falta “regresar” a reunir a las partes separadas para su comprensión, como fin último de un proceso de psicoterapia y de honesta autoobservación.

“Nuestra esencia natural es espiritual” dice Cortright, (1997). Asegura que la psicología moderna y las dimensiones espirituales del mundo están en lo correcto al afirmar acerca de la naturaleza de la identidad humana: somos psicológicos y espirituales por naturaleza. Por lo tanto, la psicoterapia que incluye a la dimensión espiritual, incluye y apoya a las estructuras psicológicas que contiene.

Desde la visión de Buber (1977), este crecimiento y búsqueda de sentido, este desarrollo de la espiritualidad como el desarrollo de la capacidad de ponerse en relació yo-tu con el Tu eterno, en la vida cotidiana, en las relaciones interpersonales y no al margen ni mas allá. Sería restablecer una relación entre el hombre y Dios que religa, no que separa, objetivo original de las religiones que difícilmente se alcanza, hasta llegar incluso a guerras santas que separan y desgarran 26. Esta sería la idea: religar al hombre consigo mismo de todo lo que está separado y en dualidad, apoyando a una integración real de sus partes.

Ámbito transpersonal es el término moderno que se le da al estado o contexto espiritual, místico, religioso, mágico, psicopatológico o paranormal. Normalmente, en nuestras percepciones del mundo, estamos limitados por el radio de alcance de nuestros sentidos, así como por la configuración de nuestro entorno. No podemos oír lo que se habla a miles de kilómetros ni oler una flor que está abriendo en Praga. Sin embargo sabemos, con la certeza de la física cuántica actual, que todo esto que no percibimos se afecta recíprocamente de manera natural e irremediable.

Con los sentidos ordinarios podemos solo experimentar lo que ocurre aquí y ahora. En los estados transpersonales estas limitaciones parecen desvanecerse, trascenderse. Ya no solo somos una consciencia confinada a un recipiente físico. Podemos percibir o convertirnos en lo que son elementos separados o distantes normalmente, las fronteras se eliminan para dejarnos percibir el gran Todo.

Cada vez que la frontera entre nosotros y algo (persona o cosa) se desvanece estamos en una experiencia transpersonal o de unidad, según Grof (1994).

Las experiencias que nos acercan a nuestra dimensión espiritual, se llaman hoy transpersonales y nos conectan con el inconsciente colectivo y los arquetipos o sea, con fenómenos que no pertenecen al reino del psiquismo personal ni al reino de la realidad material, sino que están en el Inter. Se solía decir que eran experiencias extraordinarias y que solo algunos maestros avanzados podían tenerlas. Hoy en día sabemos claramente que forman parte de nuestra cotidianidad y que son nuestro derecho. Hay un rico reino, entre la consciencia pura y la materia pura, que es donde se amplía nuestra consciencia. Un ejemplo de esta dimensión es la sincronicidad (es decir que un fenómeno interno se expresa en el externo simultáneamente y así lo percibimos).

La psiquiatría y la medicina tradicionales casi siempre tienen una idea biográfica y personalista del ser humano. Las nuevas investigaciones sobre la consciencia agregan nuevos niveles, reinos y dimensiones que muestran a la psique humana como esencialmente conmensurada con la totalidad del universo y de la existencia. Grof (1994) distingue cuatro niveles de consciencia, si bien las fronteras entre ellas no son demarcables con facilidad:

  1. Barrera sensorial.
  2. Inconsciente individual.
  3. Nacimiento y muerte.
  4. Dominio transpersonal.

La psicología tradicional solo atiende a la 1 y Ia 2, y deja Ia 3 y 4 a médicos y sacerdotes, pero los 4 niveles están dentro de Ia consciencia humana, y tenemos que vivirlos y atenderlos de forma natural.

Es fundamental darnos cuenta de que la espiritualidad es una fuerza auténtica y legítima como la psique. Excluirla de nuestro modelo humano de trabajo humanista, no nos haría una escuela psicoterapéutica y de educación actualizada y seria, en el estudio de la consciencia humana.

Cuando veo la realidad mundial y nacional como maestra, psicoterapeuta y madre, a veces me asusto y otras me siento animada de saber que lo que hacemos los maestros y psicoterapeutas humanistas va cambiando al mundo, ya no de uno en uno sino de dos en dos, de tres en tres. Ya no más en silencio, sino creando una masa crítica contagiosa que anhela la paz verdadera, el autoconocimiento y la superación. Para afrontar los retos de nuestros tiempos tenemos mucha, pero mucha resiliencia y creatividad colectiva, para salir adelante rumbo a la creación de realidades compartidas más sanas e inteligentes.

Creo que en esta época es urgente el humanismo, como práctica cotidiana, para promover el bienestar global. El humanismo es por naturaleza espiritual, como el ser humano, y desde luego está en crecimiento, en evolución permanente, preguntándose acerca de sí mismo, sabiendo que la conciencia no tiene límites y que hay mucho por hacer.

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