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Desarrollo Humano y Desarrollo Social en el siglo XXI

Desarrollo Humano y Desarrollo Social en el siglo XXI

Carlos Macías

Son muchos los males que aquejan a nuestra sociedad. Solo por citar algunos podemos referirnos a la pobreza, la desigualdad social, la violencia, las adicciones, las guerras, la corrupción y la injustica. La pregunta radica en si siguen siendo muchas las posibles soluciones a estos problemas o podríamos pensar que existe una causa generalizada para todas y por lo tanto, posiblemente una sola solución.

Lo generalizado y lo persistente de estos problemas nos hace pensar que esto obedece a la propia condición humana. Sin embargo, a partir de la Ilustración, hemos observado una mejora considerable en muchos de estos aspectos. El mundo se ha movido hacia sociedades más justas y más igualitarias. Las tres máximas de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad, impulsaron al mundo hacia sociedades más humanas y más concientes. Hoy en día muchos países han terminado prácticamente con la pobreza y han formado sociedades con habitantes que disfrutan condiciones similares de calidad de vida. No me refiero a los países socialistas, que lejos de abatir la pobreza la generalizaron, sino a países donde los derechos de los ciudadanos están por encima de cualquier cosa; donde los derechos humanos avanzan cada día para otorgar a la mayoría de la población libertad, salud, educación, trabajo e ingresos que los alejan de la pobreza. Ejemplo de esto son Noruega, Finlandia y Suecia, por citar algunos europeos y Japón, Corea del sur, Taiwán y Singapur en Asia.

Para muchos antropólogos y sociólogos es debatible el concepto de progreso que ha creado el mundo occidental y a muchos les parece inadmisible que este concepto sirva para jerarquizar y comparar a las culturas entre sí, otorgándoles un grado superior de desarrollo a las civilizaciones occidentales con mayor “avance” tecnológico o riqueza material, en comparación con las civilizaciones no occidentales que aspiran a metas diferentes, no materiales. Sin embargo el aumento de la expectativa de vida que han logrado las culturas occidentales, el mayor conocimiento que han adquirido, así como mucho menores índices de pobreza, han hecho que esta postura no se sostenga fácilmente. Casi nadie podría decir que ser pobre es mejor que ser rico, que la muerte es mejor que la vida o que la ignorancia es mejor que el conocimiento.

Hoy en día observamos países que, con gran éxito, han logrado transitar hacia mejores condiciones de vida para sus habitantes que, aunque puedan ser discutibles, prácticamente nadie las objetaría como valores sociales universales. Estos son: aumento en la expectativa de vida, salud, libertad, ingreso per cápita, educación y justicia.

Al mismo tiempo observamos que muchos otros países han sido incapaces de este cambio, independientemente de la implementación de diversos modelos políticos y económicos. Revoluciones han ido y han venido; se han efectuado cambios en las políticas económicas a todo lo ancho de la geografía. Después de la década de los 80’s muchos de estos países dieron un giro de 180 grados en sus políticas económicas para migrar al neoliberalismo. Pero los resultados no se han dado, como tampoco se dieron con la previa implementación del socialismo, desde la década de los 60’s en Cuba ni en Nicaragua en los 80’s ni en Venezuela y Bolivia en la década actual. Entonces ¿qué es lo que produce el cambio? Muchos han sido los intentos por explicar este fenómeno, la mayoría de índole económico y político. ¿Qué produce una sociedad igualitaria y próspera con elevados índices de los valores antes mencionados? ¿La educación? ¿La democracia? ¿El capitalismo? ¿El socialismo? La respuesta es: ninguno de los anteriores. La experiencia muestra que ningún modelo social, por sí solo, ha conseguido efectuar estos cambios en sociedad alguna. Lo que es una realidad es que mientras algunos países han conseguido transformar su desigualdad en prosperidad para la mayoría, otros no han podido remontar el fenómeno de la desigualdad y de la injusticia social por más políticas económicas que se implementen y sin importar su ideología. Muchas han sido las propuestas para resolverlo y de igual magnitud son los descalabros y los fracasos consecutivos de prácticamente todas esas propuestas. La realidad es que las personas que tienen bajo su cargo la tarea de terminar con la pobreza no están muy seguras de qué es lo que deben de hacer.

Se habla de la educación como gatillo disparador del fenómeno económico, pero las evidencias son contundentes: no hay una relación directamente proporcional entre el aumento de la educación (años de estudio, etc.) y la disminución de la pobreza. Ni siquiera entre el aumento de la educación y el del Producto Interno Bruto. Como ejemplo están Cuba, Argentina, Filipinas o los países de Europa del este que, con índices de educación superiores a países de su misma área geográfica, no lo son en prosperidad o bienestar (Chang, 2013) . Por lo menos, puede afirmarse que no existe esta correlación con la definición actual de educación que parece solo comprender la adquisición de ciertos conocimientos producidos por la ciencia positivista. Los modelos económicos que versan entre izquierda y derecha, es decir, entre el control estatal y la libre empresa, demuestran su fracaso o bien su éxito, ya que existen ejemplos de éxito y de decepciones en la aplicación de ambos modelos. Entonces ¿qué es lo que determina realmente la reducción o el aumento de la pobreza y la solución del resto de los problemas sociales? ¿Qué hacer para resolverlos eficazmente?

Hasta ahora, los resultados muestran que este es más bien un acontecimiento fortuito ya que, los gobiernos que aplican modelos de desarrollo, parecen obtener resultados aleatorios, más que resultados de una u otra política de desarrollo. Países que han quedado devastados en un momento dado, como Japón y Alemania, se levantan una y otra vez sin importar el modelo que sigan, mientras que América Central y África fracasan de igual forma (Harrison, 2000).

Lo que es claramente observable en toda sociedad desarrollada o que llega a serlo, es que primero se gesta en la cultura una conciencia del “otro” que no vemos en las sociedades que no progresan (Harrison, 2000). Mientras que las sociedades con bajos índices de bienestar generalizado son mucho más egoístas, observamos que las sociedades más avanzadas tienen una mayor consciencia del prójimo, brindándole un trato más igualitario que se refleja en las instituciones que crean. En países como Canadá, por ejemplo, hay un solo sistema de salud para toda la población, en contraste con países como México, donde se crean instituciones de salud a las que sus dirigentes jamás acudirían, como el Seguro Popular, o la educación pública de cuatro horas en el turno vespertino, mientras la educación privada es de por lo menos siete. Esto también es observable en las normas sociales que los rigen, en las leyes que promulgan y en la distribución del ingreso. Se dice que los salarios están ligados a los niveles de productividad. Sin embargo “en Suecia el sueldo medio es unas cincuenta veces el sueldo medio de la India, es obvio que la mayoría de los suecos no son cincuenta veces más productivos que sus homólogos indios” (Chang, 2013, p. 54). La diferencia en la distribución del ingreso se debe más bien a un modo de ver al otro como un igual o como un objeto a explotar, como ocurre en los países subdesarrollados. En el mundo desarrollado prevalece la visión del otro como un igual, como un ciudadano merecedor de lo mismo que los demás. Una visión ausente en el mundo del subdesarrollo.

Para los que hemos estudiado a Carl Rogers queda claro que esto es claramente un fenómeno de empatía. La empatía juega un papel decisivo en la distribución del ingreso, en la creación de instituciones fomentadoras de la igualdad o de la desigualdad social, de la inclusión o de la exclusión, de la justicia o de la injusticia y en la construcción de la dinámica social en general.

En el libro Culture Matters editado por Harrison & Huntington (2000) aparece un testimonio de Daniel Etounga, escritor e ingeniero camerunés, quién ha colaborado por décadas en programas de las Naciones Unidas para combatir la pobreza africana. Etounga terminó por afirmar que el problema es meramente cultural, centrado en la imposibilidad del africano para colaborar. Anclado en su cultura ancestral, el africano está tan convencido de que el pasado no puede hacer otra cosa que repetirse, que solo se preocupa superficialmente por el futuro. Pero sin una percepción dinámica del futuro no hay planificación ni previsión ni elaboración de hipótesis. En otras palabras, no hay políticas para incidir en el curso de los acontecimientos… Las sociedades africanas son como un equipo de futbol en el que las rivalidades personales y la falta de espíritu de equipo, hacen que ningún jugador le pase la pelota al otro, por miedo a que el segundo pueda marcar un gol (Landes, 2000). Esta afirmación corresponde a una descripción muy precisa del fenómeno que llamamos egoísmo.

Mientras que en las sociedades desarrolladas vemos que existe un profundo respeto por el peatón, por los bienes del otro, un mayor índice de trabajo voluntario, de participación ciudadana, de donaciones, etc. ¾en una palabra mayor empatía¾, en las sociedades subdesarrolladas ocurre exactamente lo contrario. Entonces, lo que hace la diferencia entre el desarrollo y el subdesarrollo, es el grado de conciencia que tengamos del otro.

Ken Wilber, con su descripción sobre la conciencia humana, pone verdaderamente el dedo en la llaga y atina a describir la esencia de las relaciones entre las personas, en función de las características de su propia conciencia. Así, en los niveles inferiores de consciencia predomina el ego, cuyas características son no ser capaz de empatía, considerar al otro como un adversario, estar en competencia con los demás y entablar con el prójimo relaciones sujeto-objeto. En el extremo contrario se encuentra la Conciencia de Unidad, en la que yo soy uno con todo lo que existe, por lo que mi comportamiento se encauza hacia el bien común, siendo esta la única forma posible de alcanzar el bienestar verdadero (Wilber, 2005).

Es bastante claro observar que las sociedades con niveles más elevados de bienestar generalizado tienen niveles de conciencia superiores, similares a la conciencia de unidad, mientras que las sociedades más carentes de bienestar están regidas por niveles de conciencia inferiores, más cercanos al ego. Esto se manifiesta en fenómenos como la explotación, la lucha despiadada por el poder, la corrupción y en general, el no desear para el prójimo lo que la clase dominante desea para sí misma. Es lo que observamos en sistemas de salud y educación clasistas o inexistentes para los que menos tienen. El camino para la humanidad es el cambio de la conciencia, que ha venido ocurriendo a lo largo de la historia. Nos hemos movido, de un mayor ego generalizado en tiempos remotos, a una mayor conciencia del otro en la actualidad. Para Ken Wilber (2005) este es el camino de la evolución de la sociedad humana. Sin embargo, como es evidente, aún queda mucho camino por andar, pero en el siglo XXI se ha agotado la apuesta de los modelos económicos y sociales que no miran a la conciencia humana. Hoy sabemos que el desarrollo social es el desarrollo del ser humano en su característica esencial: la conciencia. Y esta tarea es la tarea de la psicología humanista, que ahora se erige como la solución a todos nuestros problemas como alguna vez lo fue el uso de la razón en la ilustración o el pensamiento científico para el positivismo. Ahora le toca al Desarrollo Humano conducir a la humanidad en esta nueva etapa y mostrar que cuestiones como la empatía y la conciencia avanzada constituirán el motor del cambio social para el futuro.

Bibliografía:

Chang, H. (2013). 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo. México: Debate.

Landes, D. (2000). Culture makes almost all the difference. En Harrison, L. & Huntington, S. (Eds.), Culture matters (pp. 2-13). United States of America: Basic books.

Laszlo, E., Grof, S. & Russell, P. (2008). La revolución de la conciencia. España: Kairós.

Wilber, K. (2005). Breve historia de todas las cosas. España: Kairós.

 

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